"¡Déjame en paz!"
Un padre que no anhela un descanso ocasionalmente es un santo, un mártir, o alguien que ha pasado tanto tiempo sin estar a solas que ya se le olvidaron los beneficios de recargar baterías. El problema es que si rutinariamente le dices a tus hijos “no me molestes” o “estoy ocupado”, ellos interiorizan este mensaje, dice la doctora Suzette Haden Elgin, fundadora del Centro de Estudios de Idiomas Ozark, en Huntsville, Arkansas. "Ellos empiezan a pensar que no tiene sentido hablar contigo porque siempre te los estás sacudiendo.”Si estableces ese patrón cuando tus hijos son pequeños, es menos probable que te digan cosas a medida que van creciendo”.
Desde la infancia, los niños deben formar el hábito de ver a sus papás tomarse un tiempo para ellos mismos. Utiliza válvulas de liberación de presión, ya sea contratando a una niñera, tomando turnos con tu pareja o un amigo para cuidar a los niños, o incluso poniendo a tus niños frente a la televisión con un vídeo para que puedan tener media hora para descansar.
En esos momentos en los que estás preocupada (o con mucho estrés, como lo estaba yo cuando exploté con mis niñas), establece algunos parámetros de antemano. Yo pude haber dicho: “mamá tiene que terminar lo que está haciendo, así que necesito que pintes en silencio por unos minutos. Cuando termine, podemos salir a jugar”.
Sólo hay que ser realista. Un niño pequeño o en preescolar no podrá entretenerse a sí mismo por toda una hora.
"Eres tan..."
Las etiquetas son atajos que engañan a los niños: “¿Por qué eres tan malo con Katie?” o “¿Cómo puedes ser tan torpe?”. A veces los niños nos escuchan hablando con otras personas: “Ella es la tímida”. Los niños pequeños creen todo lo que escuchan sin cuestionarlo, incluso cuando se trata de ellos mismos. Así que las etiquetas negativas se pueden convertir en profecías auto-cumplidas. Thomas recibe el mensaje de que ser malo está en su naturaleza. Sarah, "la torpe" comienza a verse a sí misma de esa manera, lastimando su confianza. Incluso, las etiquetas que parecen neutrales o positivas, como “tímido” o “inteligente”, encasillan al niño y crea expectativas innecesarias o inadecuadas sobre él.
Las peores etiquetas lastiman peligrosamente de manera profunda. Muchos padres aún pueden recordar vívida y amargamente a sus propios padres cuando les decían cosas como “eres tan inútil” (o “flojo” o “estúpido”).
Un enfoque mucho mejor es enfrentar una conducta específica y dejar los adjetivos referentes a la personalidad de tus hijos, fuera de la jugada. Por ejemplo, “A Katie le dolió mucho cuando le dijiste a todos que no jugaran con ella. ¿Cómo podemos hacerla sentir mejor?”
"¡No llores!"
Variaciones: "No estés triste." "No seas un bebé." "Ya, ya – no hay razón para tener miedo". Pero los niños sí se molestan lo suficiente como para llorar, especialmente los niños más pequeños, que no siempre pueden expresar sus sentimientos con palabras. Ellos se ponen tristes. Y también se asustan. “Es natural querer proteger a un niño de esos sentimientos,” dice la doctora Debbie Glasser, directora de Servicios de Apoyo a la Familia del Instituto Mailman Segal de Estudios de la Primera Infancia en la Nova Southeastern University, en Fort Lauderdale. "Pero diciendo “No seas/ no estés…” no hace sentir mejor a un niño, y también puede enviar el mensaje de que sus emociones no son válidas, que no está bien estar triste o asustado".
En vez de negar que tu hijo se siente de una manera particular, cuando obviamente es así, reconoce dicha emoción desde un principio. "Seguro que es muy triste que Jason te diga que ya no quiere ser tu amigo." "Sí, las olas pueden dar miedo cuando no estás acostumbrado a ellas. Pero vamos a pararnos aquí juntos y dejar que nos hagan cosquillas en los pies. Te prometo que no te voy a soltar de la mano".
Al nombrar los sentimientos reales que tiene tu hijo, le estás enseñando las palabras para que se exprese, y le enseñarás lo que significa ser empático. Finalmente, él va a llorar menos y comenzará a describir sus emociones en lugar de llorar.
"¿Por qué no puedes ser más como tu hermana(o)?"
Tal vez parezca de gran ayuda poner a algún hermano o amigo como un ejemplo a seguir. “Mira cómo Sam se abrocha tan bien su chamarra”, podrías decir. O “Jenna ya utiliza el inodoro, entonces, ¿porque no puedes hacerlo tú también?” Pero las comparaciones casi siempre son contraproducentes. Tu hija es ella misma, no Sam ni Jenna.
Es natural que los padres comparen a sus hijos en busca de un marco de referencia sobre sus logros o su comportamiento, según los expertos.
Pero no dejes que tu hijo te escuche haciéndolo. Los niños se desarrollan a su propio ritmo y tienen su propio temperamento y personalidad. Al comparar a tu hijo con alguien más implica que quisieras que fuera diferente.
Las comparaciones tampoco ayudan al cambio de comportamiento. Al presionar a que hagan algo que no están preparados para hacer (o que no les gusta hacer)puede ser confuso para un niño pequeño y puede dañar su autoestima. Es también probable que eso les cree resentimientos y que decidan no hacer lo que quieres que hagan, desafiando tu voluntad.
En vez de eso, trata de alentar sus logros hasta ahora: “¡Wow!, metiste los dos brazos en tu chamarra tu solito!” o “gracias por avisarme que necesitas que te cambie el pañal”.
"¡Deberías saber que eso no se hace!"
Al igual que las comparaciones, las burlas rápidas pueden lastimar mucho en formas que los padres nunca han imaginado. Por un lado, el niño tal vez en verdad no sabía que no debía hacer eso. El aprendizaje es un proceso de ensayo y error. ¿En verdad entendió el niño que levantar una jarra pesada sería difícil de para él? Tal vez no le pareció tan llena, o se veía distinta a la jarra de la que se sirvió con éxito por sí mismo en el kínder.
He incluso si cometió el mismo error tan sólo ayer, tu comentario no es ni productivo ni lo apoya. Dale a tu niño el beneficio de la duda, y sé específico. Dile: “me gustaría más que lo hicieras de esta manera, gracias”.
Comentarios similares incluyen: “¡no puedo creer que hiciste eso!” o “¡ya era hora!” Puede que no parezcan tan malos, pero no deberías de decirlos tanto. Se acumulan, y el mensaje que los niños escuchan entre líneas es: “eres una lata, y nunca haces nada bien”.
"¡Ya basta o te daré una razón para que llores!"
Las amenazas por lo general son resultado de la frustración de los padres, y rara vez son eficaces. Lanzamos advertencias como por ejemplo “¡si no haces esto ya verás!” o “¡si vuelves a hacer eso, te voy a dar unas nalgadas!". El problema es que tarde o temprano vas a tener que cumplir las amenazas, o de lo contrario, estás preverán su poder. Las amenazas de golpizas llevan a más golpizas, lo cual ha demostrado ser una manera ineficaz para cambiar comportamientos.
Mientras más joven es el niño, más tiempo tarda en asimilar una lección. “Los estudios han demostrado que las probabilidades de que un niño de dos años de edad repita una travesura más tarde en el mismo día son del 80%, sin importar qué medida disciplinaria se utilice,” dice el doctor Murray Straus, sociólogo del Laboratorio de Investigación Familiar de la Universidad de New Hampshire.
Incluso con niños mayores, no existe una estrategia disciplinaria con resultados infalibles a la primera. Así que es más efectivo desarrollar un repertorio de tácticas constructivas, como el cambio de rumbo, sacando al niño de cierta situación, o con tiempos fuera, en vez de confiar en aquellas tácticas que han demostrado tener consecuencias negativas, incluyendo amenazas verbales y nalgadas.
"¡Ya verás cuando llegue papá!"
Este cliché tan familiar para la crianza de los hijos no sólo es otra forma de amenaza, sino que también diluye la disciplina. Para ser efectiva, tienes que hacerte cargo de una situación por ti misma de inmediato. Si pospones las medidas disciplinarias, no va a haber conexión entre las consecuencias y las acciones de tu hijo. Para cuando llegue el papá a casa, muy probablemente ya se le habrá olvidado a tu hijo lo que había hecho mal. Alternativamente, la agonía de la anticipación de un castigo puede ser mucho peor de lo que se merecía por el crimen original.
Pasar la pelota a otra persona también debilita tu autoridad. El niño puede pensar: "¿Por qué debo de escuchar a mamá si ella no va a hacer nada de todos modos? ”. Y otra cosa más, también importante, es que estás poniendo a tu pareja en un papel del policía malo que no se merece.
"¡Apúrate!"
¿Quién en este mundo de cita tras cita, horarios llenos, déficit de sueño, y gruñidos por el tráfico no ha pronunciado estas palabras inmortales?
Ciertamente cada padre cuyo hijo no puede encontrar sus zapatos o su cobija, o que está felizmente ignorante de todo excepto de ponerse sus calcetines “¡por sí mismo!”, lo ha hecho. Sin embargo, considera tu tono de voz cuando le estés implorando a tu hijo que se apure, y la frecuencia con la que se lo dices.
Si estás empezando a quejarte, gritar, o suspirar cada día y golpeando el piso con el pié, ¡cuidado! Hay una tendencia de hacer que nuestros niños se sientan culpables por hacernos correr cuando tenemos prisa. La culpa puede hacer que se sientan mal, pero no los motiva a moverse más rápido.
"Se había vuelto tan ajetreado en mi casa por las mañanas, que odiaba que la última imagen que tenían mis niños de mí era estando enojada,” dice el terapeuta familiar Paul Coleman, autor de Cómo decírselo a tus hijos. "Así que hice un pacto conmigo mismo. Sin importar lo que pasara, no gritaría ni voltearía los ojos, incluso si alguien tirara su cereal o me pidiera que encontrara algo justo cuando estuviéramos a punto de salir." En vez de intimidar -"¡Te dije que apagaras esa televisión hace cinco minutos!"-, busca la manera tranquila de apresurar las cosas.
"¡Muy bien hecho!" o "¡Qué buena niña!"
¿Qué podría estar mal con elogiar? Después de todo, el refuerzo positivo es una de las herramientas más eficaces que tiene un padre. El problema está cuando los elogios vienen vaga e indiscriminadamente. Diciendo a cada rato “¡buen trabajo!” por cada pequeña cosa que haga tu hijo -desde acabarse la leche hasta hacer un dibujo- le quita significado. Los niños comienzan a ignorarlo. También pueden ver la diferencia entre los elogios por hacer algo rutinario o simple y los elogios por un esfuerzo real.
Para dejar la costumbre de tal efusividad:
• Elogia únicamente los logros que requieran un esfuerzo real. Tomarse un vaso de leche no es suficiente. Tampoco lo es hacer un dibujo, si tu hijo es el tipo de niños que hace docenas de dibujos cada día.
• Sé específica. En vez de decir “hermoso trabajo”, puedes decir “pero qué colores tan alegres y brillantes escogiste para las manchas del perro". O "veo que hiciste un dibujo de la historia que leímos esta mañana”.
• Elogia el comportamiento en vez de al niño: “Estabas tan tranquilo con tu rompecabezas mientras yo estaba terminando con mis documentos, tal como te lo pedí.”
¿Qué tanto mejor hubiera sido si les hubiera hablado así a mis hijas en vez de transformarme en un volcán en erupción? Por suerte, estoy segura que mañana tendré otra oportunidad de hacerlo.
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